Bibliothèque Juan Rulfo-old

Bibliothèque JUAN RULFO

Publicamos aquí este artículo escrito por la perdiodista Angélica Pérez fundadora de nuestra biblioteca, en los años en que tener un periódico, una carta de nuestros países, era realmente un evento. La biblioteca tenía entonces otro sabor, otro aroma, otras sensaciones….las nostalgias eran otras…. Hoy la pequeña biblioteca Juan Rulpho esta ahí, en medio del “Café Libro” que rinde homenaje con su nombre a ese bello objeto en peligro de extinción.

Para leer un continente (Angélica Pérez)

… sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que La Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta…”
Jorge Luis Borges de “La Biblioteca de Babel”

Existen muchas maneras de leer un continente. Nosotros nos vamos a referir aquí solamente a una de ellas. Con sus variantes y peculiaridades, claro. Se trata de esa lectura reposada, a veces fría, pero, sin duda, más analítica, que se hace en la distancia. Cuando las letras que nos hablan de lo que pasa allí se deslizan sobre páginas que han atravesado las fronteras. Cuando las voces de los textos son apenas ecos de habitantes lejanos. Cuando los diarios tienen fechas viejas que, de todas formas, logran burlar el olvido. Y, sobre todas las cosas, cuando leer implica un “no estar” allí y, al mismo tiempo, un “estar” de otra manera. Nos referimos a la lectura de un continente cuando lo leemos desde su otra orilla.

Ahora bien, leer cualquier página del continente latinoamericano desde una cafetería de París, echar un vistazo a los titulares de un periódico brasilero colgado en un estanco de tabaco madrileño, o leer la ponencia de un experto latinoamericanista especializado en la cosmología de los indígenas Cunas colombianos presentada durante un simposio en Estocolmo, lleva involucrado una serie de especificidades surgidas del hecho inminente de la distancia que atraviesa cada una de estas lecturas. No podríamos hablar de una lectura única, pues se trata de un ejercicio de múltiples formas, variado, infinito. Tan infinito es el número de lecturas que se le puede hacer a Latinoamérica como infinitas son sus realidades.

Una de las expresiones más generalizadas de este tipo de lectura es la lectura ansiosa, producto del hecho angustioso de la desinformación o del silencio que padece el lector en la distancia. Sin embargo, puede darse el caso de una lectura con un carácter más reflexivo, como aquella del lector que hojea entre los estantes en busca de un ejempar del libro que marcó el resto de su existencia cuando apenas tenía quince años y al que quiere releer ahora que el tiempo hace jugarretas crueles en su memoria; o la del lector que rastrea impaciente cada página en la que habitan los secretos del arte barroco quiteño, o la de aquel lector voraz que intenta seguir desde su apartamento en Zurich las enseñanzas de Don Juan (el de Castaneda).

Hay un tercer tipo de lectura de la distancia estrechamente involucrado con los “hacedores de textos”. Este tipo implica la lectura de innumerables páginas de diferentes textos que, a su vez, darán orígen a otro texto. Se trata pues de la lectura del investigador, un lector que se especializa, escribe, encuentra indicios, los analiza, vuelve y escribe, reflexiona, teoriza, critíca, se autocritíca, escribe y que, en el mejor de los casos, debería discutir.

Hace ya bastante tiempo, casi un lustro a decir verdad, que quienes hacemos parte de La Casa de la América Latina de Estrasburgo venimos imaginando una biblioteca en donde se pueda leer el continente latinoamericano de todas las maneras posibles. Una biblioteca en la que se den cita todos los lectores, los que hemos mencionado y los otros. Una biblioteca para quien quiere leer el último número del Universal de Caracas o la Rayuela de Cortázar; o para aquel que decide discutir con un grupo su trabajo sobre “la memoria y la nueva novela cubana”. Hoy, esa idea que se había anidado en nuestro imaginario existe más allá de éste. Nuestra biblioteca tiene estantes, libros y un nombre que evoca las mejores letras de nuestro continente: Juan Rulfo. Allí el lector puede acceder al servicio internacional de préstamo de libros facilitado por el Instituto Iberoamericano de Berlín, en cuyos estantes descansan alrededor de un millón de ejemplares especializados en diversas disciplinas de las ciencias sociales. Pero, ante todo, el Centro de Documentación y Biblioteca Juan Rulfo de Estrasburgo es el escenario en el que todos los investigadores latinoamericanistas que quieran pueden hacer una puesta en escena de su trabajo para entrecruzarlo con otras voces, con otros discursos, con otros saberes.

Nos ataca la certeza de que mientras existan este tipo de Bibliotecas en la distancia, Latinoamérica será como un gran libro abierto para hojearlo, leerlo, releerlo. Y mientras esto sea así, entonces se cumplirá felízmente la sentencia borgiana (Borges, siempre Borges, inevitablemente): “Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluído lo imposible”.

Angélica Pérez

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